La tregua
Aunque yo viajara, aunque me fuera de aquí y tuviera oportunidad de sorprenderme con paisajes, monumentos, caminos, obras de arte, nada me fascinaría tanto como la Gente, como ver pasar a la Gente y escudriñar sus rostros, reconocer aquí y allá gestos de felicidad y de amargura, ver cómo se precipitan hacia sus destinos, en insaciada turbulencia, con espléndido apuro, y darme cuenta de cómo avanzan, inconscientes de su brevedad, de su insignificancia, de su vida sin reservas, sin sentirse jamás acorralados, sin admitir que están acorralados. La tregua. Mario Benedetti
Hace ya años que me leí ese libro. Pero se lo dejé a un amigo que me lo acaba de devolver (sí: ¡algunos tienen esa sana costumbre!) y he aprovechado para volver a leerlo.
Se trata de un diario que lleva a cabo cincuentón en el último año que le queda antes de jubilarse.
Relata sus últimas experiencias y, lo hace con tal viveza, que prácticamente consigue que lo vivamos con él.
Imagino que cualquier historia nos gusta más o menos en función de la cercanía que tenga con nosotros, con nuestra propia historia. Pero intuyo que hay algunas historias que son tan humanas que le llegan a uno en cualquier caso.
Poco a poco vamos entrando en la vida anodina de un personaje que, a pesar de no tener gran interés, nos atrapa. Posiblemente porque tiene el mismo interés que cualquiera de nosotros. Al fin y al cabo, todos somos personas que, hagamos lo que hagamos en nuestra vida, sentimos, padecemos y reímos casi por las mismas razones. Aunque a menudo queramos pensar que somos diferentes, únicos, especiales (y no digo que no sea cierto), también debemos recordar que somos ejemplares de una misma especie, de un mismo error genético que hizo que pensáramos, que nos reconozcamos en el espejo, que construyamos ciudades... pero, sobretodo, ¡que podamos compartir historias!. Historias como las que nos trae Benedetti, o como las que nosotros mismos podamos compartir con nuestros vecinos de vida.
Es un libro del que no recordaba cuánto me impactó, y que ahora ha vuelto a hacerlo al cabo de años. Me recuerda que la vida, cualquier vida, representa una historia digna de ser contada. Con sus sentimientos y con sus agonías, con sus tristezas y sus simples rutinas. Me recuerda que cualquiera de nosotros tiene una vida en la que caben grandes cosas, aunque seamos personas "insignificantes", que en el mejor de los casos dejarán tras de sí un recuerdo en las demás personas, o que en el peor de los casos desaparecerán sin dejar huella, sin que nadie les recuerde. En cualquier caso, gente que comparte a otra gente y que invade este planeta que consideramos nuestro.
Sobretodo me gusta ese fragmento, en el que habla de la Gente. Yo también he sentido a menudo fascinación por la gente. Siempre pensé que lo bueno de viajar, más allá de ver cosas nuevas, monumentos, etc, lo bueno era ver gente diferente. Cuando he viajado y he podido entablar relación con personas de otros lugares (dentro o fuera de España) he disfrutado mucho más el sitio donde haya ido, porque, al fin y al cabo, ¿qué es una ciudad? No puede ser sólo un conjunto de edificios, plazas, campos... Si las ciudades fueran eso no tendría sentido viajar, desplazarse miles de kilómetros para verlo: Internet nos lo pone todo cerca.
Sí, ya sé que la magnitud que pueda tener una pirámide o una catarata no la trae nunca una fotografía... pero ¿qué valor tendría eso si no fueran sitios donde residen nuestros semejantes? Tengo la firme convicción de que los lugares no son solo espacios físicos, sino también emocionales: si no hubiera Gente en esos lugares, el atractivo sería diferente.
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ody -
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