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despedida

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Hace unos días murió mi abuela.

Tenía 91 años y (últimamente) muchos achaques... pero uno nunca acaba de estar preparado para esto, aunque se lo vea venir...

Además, cuando alguien querido nos deja, siempre nos da por pensar en todos los demás que se fueron antes. Y eso le añade un punto más de amargura al momento ya triste de la pérdida.

De mi abuela, sobretodo me queda el recuerdo de la última vez que la vi. Fue casi por casualidad. Fui a verla a Orihuela de paso hacia otro lugar. Y nunca me alegraré tanto de haberlo hecho.

La verdad es que aquel día pasamos un buen rato. Me contó historias de cuando era joven, de ella, de mi abuelo... no recuerdo haber estado así con ella nunca. Siempre había más gente alrededor, familia, etc. Fue la única vez que he estado "a solas" con ella.

Pero tampoco olvidaré el fin de semana que hemos pasado despidiéndola. Es grato ver cuando alguien se va y tanta gente viene a despedirla. Cierto es que algunos venían por que conocían a la familia y no a ella... pero, ¿quién dice entonces que no la conocían? Al fin y al cabo, la mitad de la gran familia que somos nosotros depende de ella, como muchos recordaron entonces. Toda la familia de mi madre existió porque ella estaba. Y toda la familia que se ha creado a partir de esa genealogía también le debe a ella su existencia.

Quizá nunca pensamos lo suficiente en lo importantes que somos en esa cadena: Uno hace su familia por una cierta costumbre, porque es lo que toca con la edad: uno se casa, tiene hijos... pero puede que no nos planteemos (al menos yo no lo hacía) que hay un montón de gente y un montón de cosas que tendrán existencia a través de esa unión.

La unión de mi abuela y mi abuelo creó a mucha gente que fuimos a despedirnos de ella el lunes. Y, si realmente tienen razón los que creen y ella estaba en algún sitio observando, seguro que se sintió feliz.

Fue un fin de semana emotivo, de besos y abrazos, de llantos pero también de alegrías. Los sentimientos a flor de piel y los recuerdos flotando por todo el ambiente. Cada uno de nosotros teníamos algún recuerdo que contar: los más mayores, recuerdos de cuando ella era más joven; los más jóvenes, de una abuela que siempre estuvo ahí y que no quisimos plantearnos nunca un futuro sin ella.

Algunos tuvimos la suerte de poder hablar con ella el mismo día de su marcha. Tenía los ojos muy abiertos, y tan efusivos que parecía que expresaban una tranquilidad que nadie tenía en ese momento... Ojos de niña, sin miedo, con alegría de vernos a todos rodeando su cama. Sin poder hablar a causa de los ahogos y la mascarilla de oxígeno, pero no pudiendo dejar de intentarlo, nos preguntó por cómo nos iba, cada uno le contó su parte y se alegró de que nos fuera todo bien... Sonreía a cada respuesta nuestra, nuestras novedades y nuestro porvenir allí, ante una ausencia clara de futuro.

Y nosotros, a cambio, llorábamos de ver que ese mañana ya lo haríamos sin su compañía.

Es ley de vida. Lo sabemos. Pero eso no nos quita la tristeza... quizá la atenúa, pero no se la lleva.

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